miércoles, 17 de abril de 2013

¡EN LETRAS DE ORO!



¡EN LETRAS DE ORO!
GRANDES PERSONAJES, GRANDES CHAMPOTONEROS

EL SABOR DEL PASADO, EL SABOR DE LOS TAMALES COLADOS
¡DOÑA JULIA LA TAMALERA  A MUCHA HONRA!
Año 2005, siglo 21, tiempo de computadoras, de mensajes instantáneos, de fotografías digitales, de viajes a Marte, de pizzas y hamburguesas, de supermercados y grandes restaurantes, de paellas, espaguetis, de vinos finos, de trajes de etiqueta y modales estudiados, esto y mucho más.
Año de 1913, postrimerías de la Revolución Mexicana, de vaivenes y reacomodos, de viajes a lomo de burro o de carretas, de carne asada con leña, de frijoles en caldo, de huevos revueltos, de trajes de manta, de huaraches por calzado.
6 de febrero de 1913, del matrimonio formado por Margarita Cosgalla y Guadalupe Cahuich, ve la luz Julia Cahuich Cosgalla. Gracia para muchos  desconocido, este pasado, precisamente, nos obliga a remontarnos a él, e ir en busca de una historia en la cual tomaron parte decenas, cientos y quizás, hasta miles de champotoneros, ese pasado distante, de añoranza, de anécdotas, de arduo trabajo, de un Champotón que ya se ha ido y que no volverá.
Ahí, en la puerta de su hogar, viendo  sin mirar, Doña Julia Cahuich Cosgalla, Doña Julia "LA TAMALERA" con 93 años de vida, tres hijas,  11 nietos, 16 bisnietos y dos tataranietos, recibe con amabilidad como es su costumbre al reportero, agradece la visita, una silla surge como por arte de magia, en ella nos acomodamos, observamos de entrada una cabellera encanecida, un bastón en la mano derecha, un rostro marcado con la huella de los años, ojos pequeños entrecerrados, pero aún muy vivaces, una voz cuyo timbre manifiesta paz interior, una delgada cadena de oro en su cuello, un arete en cada lóbulo de la oreja, un chal como bufanda alrededor del cuello la protege, los pliegues de las manos forman parte de un todo, Doña Julia y a mucha honra "LA TAMALERA" comparte sus recuerdos.
-De chamaca, como a los 18 años de edad empecé a trabajar en la casa de Don Marcos Curmina, posteriormente hice lo propio con Doña María Luisa y finalmente en el hogar de Doña Carmela Reyes, pasé muchos años trabajando en las casas, sin embargo por cuestiones propias de la vida y ya con cerca de 33 años de edad empecé con el negocio de vender tamales, tostadas, caldos, arroz con leche y otras cosas, para tales efectos me ubiqué en un costado del Teatro Principal (hoy Teatro de la ciudad “Virgilio Barrera Vega), ahí en compañía de Don Tachito Cardeñas que vendía licuados y refrescos inicié la actividad, trabajo finalmente en el que duré poco más de 55 años, por supuesto que no todos estos años estuve en el mismo sitio (costado del Teatro Principal) en este lapso me cambie a otros puntos de la ciudad.
A pesar de sus 93 años de vida, Doña Julia, tiene muy frescos los recuerdos, abre la memoria y relata que "cada día entre las cuatro y cinco de la tarde llevaba mi venta al parque principal, la venta daba inicio, y el trabajo concluía entre las 6 y 7 de la mañana del día siguiente, dura jornada de trabajo, pero eso ¡sí! De muchas satisfacciones, trabajo y más trabajo,¡ conseguir las hojas de plátano, la manteca, la masa, cocinar la misma, preparar el atole, el arroz con leche, pelar las gallinas, el pollo o los pavos!,  todo lo elaborábamos en casa, habían personas que me ayudaban, ellos le daban en la casa y yo aprovechaba para recorrer las calles de la población para tratar de vender ropa, gorras, zapatos, con esto te quiero decir que a la par de la venta de alimentos me dedicaba a comercializar todo lo que se pudiera"
Queremos saber un poco más sobre la actividad "tamalera", Doña Julia asienta con leve inclinación de la cabeza y refiere "imagínate como era Champotón por allá del año de 1946, la gente del pueblo salía a pasear al parque, es obvio de que en las casas no existían las televisiones y por supuesto las opciones de entretenimiento  eran escasas, en fin,  el parque era lugar de reunión, todo el lugar prácticamente estaba rodeado de diferentes locales donde se vendía comida y otras cosas, claro está, eran locales "tinglados",  confeccionados rústicamente, se acostumbrada cenar en estos sitios, un tamal, tostadas, caldos, arroz con leche o licuados, estos últimos lo preparaba muy sabroso don Tachito Cardeñas, ¿qué cuanto costaba un tamal? Dos pesos, dos pesos pero de esos tiempos, no los de ahora.
Gracias a Dios la demanda de los alimentos que yo vendía era mucha, gozaba de la preferencia de la gente, muchos amigos y amigas me ayudaban en mi labor, por ejemplo Celia (Celita) Ruibal me apoyaba con la cobranza, era mi cajera, yo despachaba y ella cobraba.  Comieron en mi mesa gente como don Enrique Ruibal, Darío Barrera, Delio, todos ellos amigos, muchos de ellos me acompañaban hasta que terminara la jornada, me llevaban a la casa, ¡bonitos tiempos!
De la misma forma Doña Julia guarda y tiene muy buenos recuerdos de otras gente como es el caso de Doña Chonita Reyes, "ella me hacía el queso napolitano, pan de mantequilla, de nata, y otros postres, como todo en esta vida, con el paso de los años había que "actualizarse" así que ya no solo era cuestión de vender tamales, tortas, panuchos, tostadas, caldos, sino que todo lo que se pudiera".
Un alto en la charla, -Doña Julia y el entrevistador-  son acompañados por algunos de sus pequeños nietos y bisnietos, ellos simplemente por curiosidad están presentes, quietos por breves instantes para que casi en forma inmediata y por cuestiones propias de sus escasos años se dan a la tarea de echar relajo, solos se calman, y ello permite continuar.
El mismo lapso es aprovechado por Doña Julia para comentarnos que desde hace como tres años se fracturó un brazo (derecho) y por indicaciones médicas tuvo que dejar de trabajar.
En este punto nos relata sentir mucho agradecimiento con la familia Uribe, "siempre me han tenido como parte de su familia, los quiero mucho".
Seguimos en la charla, amena charla, interesante por demás, y en todo esto Doña Julia bajo el argumento de "no te voy a decir el nombre" nos platica, "había un grupo de muchachos que siempre acudían a comer a mi local, llegaban y se sentaban, comían y casi siempre me decían, ¡Doña Julia le pagamos mañana!, en efecto así acontecía, entre estos amigos había uno medio "duro" para pagar, también lo sabían sus amigos, a pesar de ello, llegaba y se sentaba, comía y ¡hay nos vemos! ¡Doña Julia mañana le pagamos!, este nunca me pagaba, jamás hubo un reclamo de mi parte, mi mentalidad era "si puedo darle de comer pues le doy".
Comentado ello, una sonrisa  ilumina el rostro de Doña Julia, ¡mira hijo! Si Dios es grande, ese muchacho del cual te hablo, con el paso de los años como es obvio se convirtió en toda una persona adulta, en repetidas ocasiones en donde me lo he, o nos hemos encontrado, detiene la marcha de su vehículo, si su vehículo está lleno aún sea por su familia las baja y me sube y me lleva a donde yo vaya a ir, ¡creo que me está pagando lo que me quedó a deber!" dice llena de risa Doña Julia.
¿Más satisfacciones?, le preguntamos, la respuesta no tarda en llegar y Doña Julia guarda muy fresca en la memoria un hecho que por sí solo le permitió reafirmar que su actividad de vendedora de tamales es algo que difícilmente hubiera podido o querido cambiar, sin presumir nada, simplemente como un comentario de invaluable riqueza espiritual Doña Julia nos comenta: "En esos años cuando mi puesto se localizaba a un costado del Teatro Principal (a escasos pasos del Parque) hubo una época que la verdad no sé si eran tiempos de elecciones o tal vez cuando empezaron a llegar personas de otras partes del país para asentarse en tierras del municipio, gentes que le llamábamos "Colonos", en honor a la verdad, no recuerdo que era, lo cierto es que mucha gente empezó a llegar, los camiones se estacionaban alrededor del parque y de ellos bajaban mucha gente, a estos el ayuntamiento les hacía entrega de unos "boletitos", a efecto de que mediante estos acudieron a los puestos a comer, los boletitos se guardaban y posteriormente se iba al ayuntamiento a que se  hicieran efectivo.
Recuerdo que en una ocasión, un día de mucha lluvia y frío bajaron del camión un grupo de personas, todos con hambre, sin embargo nadie de ello tenía los "boletitos" pues presuntamente el ayuntamiento ya había entregado todos, hombres, mujeres, niños, muchos de ellos mojados por la lluvia y con frío y por supuesto con mucha hambre se acercaron a mi puesto, -por cierto no había yo vendido nada pues como ya te comenté estaba lloviendo y la gente del pueblo se encontraba refugiado en sus casas,  ante este hecho no dude ni un solo momento en darle de comer a esa gente, al fin y al cabo no lo iba yo poder vender y sí se corría el riesgo de que se echara a perder, ante esta situación mejor opté por dárselo a la gente, en fin, acabé con todo, -mejor dicho acabaron con todo- ríe Doña Julia.
Ahí quedó el asunto, los años, muchos años pasaron, en este tiempo cambie de "residencia el negocio" y me establecí en la calle 34, en un predio de Doña Concha León, ahí seguía con la venta y fue cuando una de tantas noches, llegaron en un vehículo una familia, una Señora ya entrada en años y unos hombres, uno de ellos se dirigió a mi persona y me preguntó si yo era Doña Julia, les respondí que sí, al mismo tiempo el hombre me dijo que si no lo recordaba, mi respuesta fue negativa, él me respondió y me dijo "señora yo soy uno de esos niños que hace muchos años se bajó de un camión muriéndose de hambre y de frío y al cual usted le dio de comer, recuerdo como si fuera sido ayer  sus tamales y el arroz con leche caliente, mitigó el hambre y frío de mi familia y por supuesto del mío también, nunca lo he olvidado y por eso hoy estoy acá para agradecérselo y retribuir con algo por lo que usted hizo conmigo y mi familia y muchas otras personas que ese día usted amparó.
Cuando terminó de hablar sacó de su bolsillo cuarenta pesos (bastante dinero para esos años) y me dijo, "señora reciba usted este dinero como una mínima parte de un pago que jamás podré cubrírselo", en este instante la Señora que lo acompañaba y que después supe que era su Madre, se dirigió a su hijo y le expresó en un tono un tanto de reproche "!cómo!, tanto dinero le vas a regalar", la respuesta de su hijo fue inmediata "Madre, esta señora no merece cuarenta pesos, merece mucho más, ¿acaso ya se te olvidó cuando muertos de frío y de hambre nos tendió la mano desinteresadamente?", -la Mamá del hombre ese, bajó la cabeza apenada y ya no dijo nada, reciba usted señora estos cuarenta pesos y mi agradecimiento eterno, me expresó ese niño del ayer y  el hombre del presente, comieron tamales, tomaron arroz con leche, me pagaron, se despidieron de mí y abordaron su vehículo con rumbo desconocido, no sin antes repetirme sus agradecimientos-".
"Esto que te platicó, es algo que guardo muy dentro de mi ser, me resultó realmente satisfactorio, saber que una acción que hice hace muchos años de manera totalmente desinteresada permitió que toda una familia haya podido superarse y lo mejor del caso es que alguien de esa familia haya albergado sentimientos muy nobles, estoy seguro de que ese niño es hoy un hombre con sentimientos positivos y que al igual como a él en un pasado un extraño le tendió la mano así sin duda alguna él ha hecho y podrá seguir haciendo con otros niños que necesiten de una mano amiga en momentos cruciales de la vida"
Lo anterior no los comentan Doña Julia sin ningún afán de protagonismo, simplemente y con la humildad más profunda se refiere al hecho como una parte muy bonita que le aconteció durante sus 55 años de dedicarse a vender sus alimentos en diferentes puntos de la ciudad, 53 años dedicado a esta labor y donde varias generaciones disfrutaron de sus sabrosos tamales colados, de su salsa de tomate, de su arroz con leche, pero sobre todo de una gran calidez humana que desde entonces y hasta siempre ha sobresalido en esta gran señora Doña Julia "LA TAMALERA"  a mucha honra.






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