sábado, 20 de abril de 2013


HISTORIAS CONTADAS

¡EL BAT BOY DE ORO!

 
HÉCTOR VALDESPINO “BEJIGO”

 

Pata de conejo, colmillos de quien sabe que, collares multicolores se funden en un todo, artilugios que siempre de manera cotidiana acompañaron la figura de Héctor Valdespino Almazán, si, en efecto, el bien querido “Bejigo”.

Ahí, en el montículo, el pitcher “enemigo” se prepara para lanzar el “dardo envenenado” que motive el canto del tercer strike, en el plato, en el jom, el cátcher mueve sutilmente los dedos de la mano, 2, 1, afuera o adentro, el bateador blande la madera y con la mirada fija en la esférica espera el lanzamiento, los gritos en la tribuna se dan al por mayor, ni lanzamiento, ni batazo, no hay bola surcando el aire y mucho menos el canto del strike.

Y aun así, la gritería alcanza los máximos decibeles, ¿El motivo?, Bejigo, siempre Bejigo, es este el batboy del equipo de casa que desde un punto cercano al terreno de juego “lanza conjuros, inicia el ritual de las 7 sabanas, escupitajo por acá, escupitajo por allá, mirada “venenosa” hacia el pitcher y cátcher, y para variar y como no queriendo la cosa deja “rodar” hasta los pies del pitcher “enemigo” pelota negra de béisbol…


…Un grito del umpire obliga a detener la jugada, por supuesto, no es posible continuar estando otra pelota en el terreno de juego, la bola negra a unos cuantos centímetros de los pies del pitcher espera ser recogida y sacada del campo, el lanzador se niega a tomarla, es más se aleja un poco, al final de cuentas obligado por el umpire y por la gritería del respetable no tiene más remedio que recogerla y  lanzarla con destino al bullpén del equipo de casa…


Play ball se canta, el lanzamiento surca el aire, la esférica jamás llega al guante, su camino es truncado por fuerte batazo, hasta el otro lado de la cerca, las bases quedan limpias, la victoria es del equipo de casa,  el Maleficio, embrujo, hechizo o quien sabe que de “Bejigo” funcionó de nueva cuenta.


Su gracia Héctor Alfredo Valdespino Almanza, vio la primera luz ahí por el año de 1950 de un 10 de agosto en México Distrito Federal, hijo de Domingo Valdespino Rodríguez y María Almanza Burgoy. “Bejigo” pasa parte de su niñez en el DF y Veracruz, sin embargo desde los 8 años de edad llega a Champotón, ciudad donde vivió toda su vida en compañía de su hermana Gloria  Valdespino Almanza.
Héctor “Bejigo” desempeñó diversos oficios a lo largo de su vida, bolero, pescador, lavador de autos y otros, pero el que al final de cuentas llenó su vida y que hizo ser muy querido por los champotoneroes fue su amor por el béisbol y eterno seguidor del equipo de casa, Bat Boy vitalicio de los “Guerreros de Champotón.

“El Bejigo”, el bat boy de los Guerreros de Champotón, el bat boy que aun en terreno ajeno recibió muestras de afecto y de cariño, el bat boy que tuvo la dicha de codearse con grandes peloteros, el bat boy que cada partido aportaba su pasión y hacía posible el disfrute de la fanaticada propia y extraña.

Hoy, a un año de su sensible fallecimiento seguimos recordando con afecto al buen “Bejigo”. En Champotón como dice la canción: “pasarán los días, pasarán los años…” pero siempre cuando se hable de béisbol surgirá invariablemente el nombre de Héctor Valdespino Almanza. “El Bejigo”.

viernes, 19 de abril de 2013


 PERSONAJES QUE DAN VIDA AL PAISAJE URBANO

Por: Juan Aarón CHONG HONG

El dominio de la oratoria es casi perfecto, el tono de voz baja o sube, la modulación, los gestos, los ademanes  en total sincronía con la palabra.
Las frases cual agua en cascada brotan y caen, la temática invariablemente es la misma: “La Palabra de Dios”.

Muy pocos saben o quizá nadie, ¿Quién es, cómo se llama, de dónde viene?, lo único cierto es que casi todas las mañanas, ahí, en las puertas de lonchería ubicada a escasos pasos de Palacio Municipal, con bastón y bote en mano un anciano sin duda alguna ya de la tercera edad y que la voz popular lo ha “bautizado” con el nombre del “Predicador” alegra a muchos el corazón y a otros les enaltece el alma o el espíritu.

La coordinación es total, a borbotones surgen las palabras, se enhilan en frases perfectamente estructuradas, las alabanzas, los cánticos surcan el ambiente, llegan y hacen mella en aquellos comensales mañaneros, algunas monedas van a parar al vaso azul que en la mano izquierda sostiene “El Predicador”

Ni el tintineo de las monedas al chocar entre sí distraen la prédica, los segundos se transforman en minutos y se ajusta la hora, una torta por acá y otra por allá, y el “maistro Vilo” en su estanquillo despacha los “yogurt”, los refrescos de colas y la prensa escrita, clientes van y clientes vienen, el embotellamiento en esquina es a cada instante, cada quien en su actividad mundana.

Entre todo esta amalgama de “sabores y colores” y quizá más allá de los pecados terrenales, ahí en su “púlpito” el “Predicador” calla, despacio, lentamente desliza sus pasos, un bastón en su mano, una bolsa de nylon y un vaso con algunas monedas forman parte de su mundo, un mundo que quizá es mucho mejor que aquel en donde nosotros los comunes mortales vivimos.

miércoles, 17 de abril de 2013

De fresa, piña o de limón, a 3 centavos...

"PEROL EL PALETERO"
ENTRE ZAPATOS Y PALETAS: JUAN MANUEL PÉREZ SÁNCHEZ
Por: Juan  Aarón CHONG HONG
A lo lejos, a lo lejos el pregón "paletas, paletas, de piña, fresa o de limón.. a dos centavos, a dos centavos..." poco a poco, paso a paso, despacio pero seguro, el carrito de las paletas de hielo y de sabores multicolores hace un alto, manos infantiles buscan afanosamente en el interior, el calor aprieta y la demanda de algo que refresque el paladar se busca con ansias, de fresa, de piña o de limón, la marcha se reanuda, y en la distancia poco a poco se va perdiendo el pregón.
Juan Manuel Pérez Sánchez, edad 88 años, de estos, 71 como zapatero y 63 como vendedor de paletas de hielo.
Juan Manuel Pérez Sánchez, para muchos un nombre que por si solo no dice nada, todo alcanza su máxima expresión cuando de forma tan simple y llana nos referimos a "PEROL EL PALETERO"
Tan singular e importante y sobre todo interesante personaje en Champotón es y ha sido "Perol el Paletero",  Don Juan Manuel Pérez Sánchez, solo acierta a reír cuando se le cuestiona sobre si siente ofensa cuando lo llaman "Perol", "mire usted -se dirige con suma cortesía a su entrevistador- desde pequeño me endilgaron el "PEROL" y hoy día sigo siendo Perol, no es ninguna ofensa, puedo decirle que quizás ese sea ya mi nombre"
Con buen sentido del humor Don Juan Manuel nos relata el "origen" de su sobrenombre, "de niño como es natural tenemos nuestros grupos de amiguitos, amigos con quienes se convive, se juega, con quienes se hacen mil travesura y un sin fin de otras cosas, a esa edad y entre mi grupo de amiguitos a alguno se le ocurrió llamarme en una ocasión por "Perol" en alusión o distorsión de mi apellido "PÉREZ", probablemente no pudo decir Perezote, o Peretotote, resultó más fácil gritar "!hey Perol!" y desde ese entonces hasta la presente fecha, todo mundo en Champotón y en otros puntos del Estado me conocen como "PEROL", de ahí le comento entonces que no hay mayores problemas sobre el hecho cuando se dirigen a mi persona y me llaman con un "Perol"
Don Juan Manuel Pérez Sánchez, nacido un 28 de marzo de 1917, hijo del matrimonio formado por Juan Pérez Moreno y Ramona Sánchez, con nueve hermanos, Nicolás, Carmela, Antonia, José María, Guadalupe, Elena, Santiago, Candelaria y Tomás. Don Juan Manuel esposo de Tomasa Arceo Cosgalla y cinco hijos, José María, Higinio, Manuela, Hilda y Rosa, con todo esto Don Juan Manuel no es simplemente "perol el paletero", su historia va más allá.
Su vida sin duda alguna debe de servir como ejemplo para las nuevas generaciones y quizás también fue así para aquellas pasadas, un ejemplo de esfuerzo y de trabajo, de amor al oficio, de una lucha permanente por ganarse el sustento y de su familia de manera honrada, Don Juan Manuel no es un hombre rico materialmente, pero vive sin mayores complicaciones y eso sí, a gusto y tranquilo sin mayores cargos de conciencia, una vida sin mayores sobresaltos, ¡cuántos quisieran sentirse así!
La historia  respetuosamente de "Don Perol" no inicia  ni termina con su carrito de paletas, antes de ello hay otras historias que forman parte de su vida y de la vida de esta ciudad champotonera.
Un hueco en la suela del zapato, las costuras ya rotas, las zapatillas para el baile, las polainas, las monturas del caballo y las fundas de los machetes.  En efecto, Don Juan Manuel Pérez Sánchez, "zapatero remendón".
Con un rostro surcado de las huellas del tiempo, unas manos donde sus dedos largos y un tanto delgados juguetean entre sí, ojos entrecerrados, quizás no acostumbrados a que la luz del sol les pegue directamente, pues de siempre su gorra ha formado parte de su vestimenta y hoy en la comodidad de una silla instalada en el patio, la inseparable "cachucha" hoy no la porta, con una voz pausada, pero aún firme, nos comenta: "desde la edad de los 12 años empecé a trabajar, fui al mismo tiempo cantinero, portero, mesero, cortador de caña, peón de albañil, curtidor de pieles, cosechador de maíz y todo aquel trabajo donde podía ganarme los centavos"
Particularizamos sobre el oficio de zapatero, don Juan Manuel nos ilustra: "como a los 12 años entré de aprendiz de zapatero con un señor que se llamaba refugio Álvarez, un señor que  originario de León, Guanajuato, también con Don Renán Charles, con ellos aprendí el oficio, como es obvio con el paso del tiempo aprendí la "chamba" y empecé a fabricar los zapatos, mocasines, botas, medias botas, chanclas, zapatillas, para estas alturas ya ganaba siete pesos diarios, un trabajo de seis de la mañana a seis de la tarde.
También hacíamos monturas para los caballos, fundas de machete, polainas, "ah! Déjeme decirle que el calzado que fabricábamos eran variados y también confeccionábamos calzado fino de charol y oscaría"
Como en toda charla siempre existen los altos obligatorios, muchos de ellos para tomar un buen respiro y para "acomodar" los recuerdos, así después de uno de estos altos obligatorios Don Juan Manuel rememora esos tiempos, viejos tiempos, y como añorando los mismos deja salir un respiro de nostalgia y expone "que tiempos, mire que un mocasín valía tres pesos con 50 centavos, ocho pesos las botas, uno las chancletas, el calzado fino como eran las zapatillas entre cinco y los seis pesos"
La charla "brinca" de un lado a otro, los recuerdos se sueltan como llegan, "le digo, le hice de todo, mesero, portero, albañil y hasta mago por supuesto  curtidor de pieles..." preguntamos el proceso y como si el momento lo estuviera viviendo Don Juan Manuel nos expone: "Nos traían las pieles de venado, de vaca o toro, se ponían a lavar, posteriormente la introducíamos en cal, cuatro o cinco días, se sacaban, se le retiraba los restos de carne o pelos que aún les quedaban, la lavamos de nueva cuenta, la sumergíamos en un líquido que se hacía con el machacado de pencas de Chucum, 15 ó 20 días, a diario sacar las pieles, removerlas y volver de nueva cuenta a sumergirlas, así hasta que cerca de los 20 días finalmente las sacábamos del recipiente bien curtida, concluido esto ya se podía utilizar la piel para los zapatos, hilo y clavos, únicamente lo que se utilizaba para fabricar zapatos, por supuesto además de la piel".
Aprendí bien el oficio y trabaje de manera un tanto "exclusivo" en el oficio por cerca de 13 años, continúe con ello solo que ya lo alternaba  con otras actividades, entre estas ¡vendedor de paletas de hielo!, trabajo que inicie a la edad aproximada de 25 años, nos refiere don Juan Manuel.
"Corría el año más o menos de 1942, 43, cuando empiezo con la venta de las paletas, ¡veinte centavos una paleta!, por cada cien vendidas me ganaba siete pesos, vendía entre 100 y 150 paletas diariamente de ocho de la mañana tres de la tarde"
Lo interrumpimos y le hacemos ver que en muchos de los champotoneros aún mantienen en sus recuerdos la frase aquella que siempre surgía de los labios de "Perol el paletero", "Dos centavos, a dos centavos la paleta", tal parece que era mercadotecnia pura, le comentamos al tiempo que le preguntamos ¿Porqué de tan singular frase, a pesar de que ya en los tiempos pasados reciente dos centavos no significaban nada?, Don Juan Manuel solo atina a reírse para que ya en un tono serio nos dijera, "En efecto así lo pregonaba y por supuesto que no faltaban aquellos niños o adultos que se me acercaban con monedas de centavos, no propiamente de un centavo o de más, la realidad es que yo sabía mi "cuento" - nos comenta en tono picaresco don Juan Manuel- mire resulta que Don Arturo Durán (q. e. p. d. ), Don Arturo quien fuera Presidente Municipal, tenía como muchos sabemos un negocio ubicado por el parque de las Madres, él me dijo un día "Perol, tráeme monedas de centavos y yo te las compro" entonces cuando yo andaba vendiendo paletas, las proponía a centavo, he de decirte que eran monedas de puro cobre, yo las aceptaba como pago de las paletas y después se las llevaba a Don Arturo y el me las compraba, esa es la historia de la frase de "A centavo las paletas", -se ríe de nueva cuenta Don Juan Manuel-. 
Ya entrado en calor y en busca de que aquellos viejos tiempos cuestionamos a "Perol el paletero" sobre el valor de esos centavos de antaño, "que sí valían, pues quizás unos digan que sí, y otros que no, yo lo único que te puedo comentar que un biscocho lo adquirías por un centavo, un huevo tres centavos, un kilo de fríjol 20 centavos, 38 el kilo de azúcar, 25 el kilogramo de carne, 10 la tira de cazón, un pámpano 15 centavos"
En todo este "mar de números", de pesos y centavos, nos atrevemos a increpar a Don Manuel y le solicitamos explicación sobre del porque  en su época de zapatero, actividad que realizó a edad más temprana que paletero una bota por ejemplo costaba 8 pesos, un mocasín 3 pesos o cuatro, una funda de machete 2 pesos y que su persona llegó a ganar siete pesos diarios, y en forma posterior casi 13 años después las paletas costaban veinte centavo cuando es de suponer que habrían de tener un mayor costo, sobre el punto de Don Juan Manuel de forma simple nos comenta: "Como usted dice, en este " mar de pesos y centavos" tal pareciera que existen incongruencias, la realidad es que primero y antes que todo tenemos que aceptar que cuando hablamos de centavos estamos refiriéndonos a esos "verdaderos centavos" no a los de ahora, en verdad si resulta un tanto enredoso entender la situación, máxime cuando nuestra moneda ha sufrido diferentes "reacomodos", que si le pusieron más ceros, que si le quitaron, que de nueva cuenta les pusieron y así y más, por eso es que resulta para muchos un tanto incomprensible cuando hablamos de los pesos y centavos del pasado con los de la actualidad"
Aclarado el punto seguimos "hurgando" en la vida de Don Juan Manuel, "Perol el paletero, vendió sus paletas en todo el municipio, Hool, Seybaplaya, Sihochac, Villamadero, Carrillo Puerto, Yohaltún, en los módulos de guatemaltecos, Reforma Agraria, y muchos otras comunidades, así como también en Sabancuy e Isla Aguada"
Dentro de su anécdotas, "Perol" nos cuenta aquella cuando le daba por regalar el producto, "Le comentó que en más de una ocasión andando en la venta de las paletas me echaba los tragos, así entre alto y alto y buche y buche, pues es de suponer que el alcohol se me subía a la cabeza, ya medio chiles me daba por regalar a "todo mundo" las paletas, todas se me acaban, ¡y cómo no! si eran gratis, cuando llegaba a la paletería a sacar cuentas el dueño se alegraba pues no habían sobrado paletas, lo malo del caso es que tampoco había el dinero, ¡ni modo! No había más remedio que pagarlas, y hay me veías trabajando los días siguiente muy duro para poder cubrir las paletas regaladas"
De todo estas ¡aventuras!, de trabajo diario, de la salida del sol y del ocaso del mismo, de un verdadero gusto por el trabajo, por el oficio, Don Juan Manuel Pérez Sánchez, hoy a sus  88 años  de edad continúa como siempre, en la mismas actividades, Paletero, zapatero, sigue recorriendo las calles de la ciudad, sus manos aprietan firmemente el carrito, su pregón aún se escucha a lo lejos, "de piña, fresa o de limón" manos infantiles hurgan en el interior, el paladar se refresca, todo sigue igual, ¡a centavo, a centavo las paletas!
Don Juan Manuel Pérez Sánchez, "Don Perol el paletero! Historia de este pueblo.


La Santa Cruz




“LA SANTA CRUZ Y  LA CABEZA DE COCHINO” TRADICIÓN EN RIESGO

Por: Juan Aarón CHONG HONG

El tronar de los voladores que surcan el cielo, los huipiles multicolores, el arcoíris de los listones, las guayaberas, alpargatas y pantalones albos, la música de la charanga anuncia el inicio del festejo de la “Cabeza de Cochino”.
El tres de mayo “día de la Santa Cruz” y la “Cabeza de cochino” son en el ejido de Paraíso dos  actividades en simbiosis.

Evocando el pasado y sin poder precisar una fecha  exacta sobre los festejos del 03 de mayo (Día de la Santa Cruz) se festeja en el ejido de  Paraíso desde hace unos 80 años.
¿Se ha ido perdiendo la tradición?
Temprano, las primeras horas del 3 de mayo es el preámbulo para que la pequeña capilla de la “Santa Cruz” ubicada en las afueras de la comunidad abra su puertas y reciba a los creyentes, guitarras, trompetas, saxofones, tambores en conjunto entonan las mañanitas, una gruesa de voladores son lanzados al aire y el clásico sonido al estallar se funden como uno solo. Se da paso al rosario, concluye el mismo los dulces, atoles, tamales cambian de mano, los pequeños aun medio adormilados extienden la mano para recibir con enorme gusto los dulces de ciruela, plátano, coco y otros, después un poco después,  todo queda en silencio.
En los hogares las tareas propias se ponen en marcha, simplemente en espera de que caiga la tarde para sumarse a los festejos de la “Cabeza de Cochino”, “El Palo encebado” y por supuesto el baile popular hasta que cuerpo aguante.
Así, simplemente así han transcurrido en años pasados los festejos en honor a la “Santa Cruz”, de unos cuantos años a la actualidad el 03 de mayo, las cosas han cambiado y mucho.
Pese a todo, esta tradición se resiste a sucumbir, contra “viento y marea” los pobladores del ejido Paraíso, principalmente mujeres, esperaron las primeras horas de la tarde, el sol poco a poco se ocultó en el horizonte surgieron los  huipiles y listones y dieron rienda suelta al baile de la “Cabeza de Cochino” no sin antes recorrer las principales calles de la comunidad y hacer un alto en la capilla de la “Santa Cruz”.
 Una fiesta que aún permite a los habitantes de esta pequeña comunidad ubicada al otro “lado del río Champotón”, sentirse como una gran familia. En Champotón,  son los “pariseños” los que sostienen sobre sus hombros la tradición de la “Santa Cruz” y la “Cabeza de Cochino” Honor a quien honor merece.


Pan caliente, saramuyo pan batido y hojaldras a tres por 20



¡EN LETRAS DE ORO!

GRANDES PERSONAJES, GRANDES CHAMPOTONEROS

DON JOSÉ “EL CHEL EL PANADERO”


PAN CALIENTE, HOJALDRAS A TRES POR VEINTE…

POR: Juan Aarón CHONG HONG

 “Pan Marchante, Pan caliente, Saramuyo, Pan batido, hojaldras de a tres por veinte. ¿Quién me los quiere comprar?”

“Huérfano de padre desde la edad de siete años, escasez de comida en casa, quizás fueron los principales motivos que me impulsaron a trabajar”
Así, y abriendo el arcón de los recuerdos Don José Enrique Novelo Durán (Don Chel el panadero), hurga en el ayer, y al igual que muchos champotoneros habla de un pasado de añoranza, de trabajo, esfuerzo amplio, sinsabores pero también de alegría y satisfacciones, instalados en la amplia sala de su casa abre la página de su historia y relata.
“Pesan sobre mis espaldas 68 años de fructífera vida, de ellos más de 50 dedicándome al noble oficio de la panadería, cocotazos, francés, camelias, riñón, conchas, hojaldras, he confeccionado por cientos, quizás miles…”
Don José Novelo, hoy prácticamente retirado de la actividad, aunque no del todo, puesto como él mismo dice, “ya no trabajo directamente la panadería, ahora son tres de mis hijos los que se han hecho cargo de la misma, sin embargo, sigo pendiente de que el pan que sale sea como siempre, con la misma calidad…”
“El Chel Durán”, deja el tema y agrega “mira ahora me estoy dedicando a la actividad pesquera, el poco dinero que tenía ahorrado en el banco ya lo retiré pues no rinde nada, mejor lo invertí en dos lanchas que son las que he puesto a trabajar”
Escuchamos atentos y queremos saber de su historia como panadero, lo “obligamos” a que nos relate, con cierta facilidad conseguimos el propósito y Don José, se acomoda en su asiento, se toca la gorra roja que porta sobre la cabeza y con voz pausada expresa, “La verdad no sé decirte si yo estaba predestinado para ser panadero, comencé en este oficio por cuestiones principalmente económicas, tendría como siete años de edad cuando quedé huérfano de padre y sin duda alguna la falta de figura paterna ocasionó que en la casa la situación económica no fuera tan “espectacular” ¡raquítica! diría yo, quizás cursaba el tercer año de primaria cuando por las razones que ya te dije acudí en busca de trabajo a la panadería de Don Virgilio Novelo, cuando llegue al lugar me comí un pan y por este hecho me castigaron, ¡me mandaron a lavar las charolas!, pero conseguí el trabajo.
Llegó la semana y me pagaron mis dos primeros pesos, dinero de plata de esos 0.720.
Loco de contento me trasladé a la casa y le entregue el dinero a mi mamá, primero se sorprendió, después se espantó y acto seguido me interrogó sobre el hecho ¿de donde había yo sacado el dinero?, la pregunta obligada fue ¿dónde lo agarraste? Por más que le dije que me lo habían pagado por mi trabajo, no quedó conforme y agarrado de la mano me llevó hasta la panadería, sitio donde efectivamente el dueño le dijo que él me lo había dado como pago del trabajo, satisfecha mi madre le preguntó a Don Virgilio si podía seguir trabajando, la respuesta fue positiva y continué con el empleo, de lava charolas, pase a vender pan en canasta y globo por las calles, en este tiempo también aproveche  estudiar por las noche en la escuela “Apolonio Rivas” donde concluí la preparación primaria”
La amena charla continúa y Don José apenas con pequeños lapsos (quizás para ajustar las ideas)  sigue deshojando los recuerdos, se transporta y “presume”, “a los 14 años de edad, ya sabía hacer pan de Champotón, con la fuerza que da la juventud empiezo a idear en levantar el “vuelo”, ¡Campeche! Pensé, ¡ahí voy!, me traslado a la ciudad y pido trabajo en la panadería “La Murallita Centenario”, no tardé mucho pues las ansía de viajero hizo presa de mi y sin más ni más voy en busca de otros horizontes, “Ciudad del Carmen”, “La perjura” panadería de Tomás Caña es mi lugar de trabajo.
Un tanto por la añoranza del terruño y obviamente de la familia retorné a Champotón y, donde con el dinero que había logrado ahorrar de mi trabajo en Ciudad del Carmen, alquilé la panadería de Don Arsenio Durán, esta se ubicaba en la calle 28, creo que era como el año de 1952, lo que si recuerdo es que en 1956 construí mi propia panadería “La Moderna” en el mismo sitio donde actualmente se encuentra, solo que en ese entonces además de pan, también hacía otras actividades de abarrotes, vendí  ropa, pescado y hasta una granja de  cerdo trabajé.
En todos estos años aprendí a confeccionar todo tipo de pan, mantecadas, volovanes, hojaldras de jamón y queso, etcétera, cuento con recetas de alta panadería, año con año las industrias del ramo a nivel nacional y hasta internacional me hacen llegar lo último en confección de panes, en verdad ya no lo trabajo, como te dije son mis hijos los que están al frente, sin embargo el cuidado higiénico que tenemos para hacer el pan es total, no olvidamos que el pan finalmente va a parar a las mesas de los champotoneros y como tales que somos, cuidamos que el alimento que consuman hayan sido higiénicamente elaborados.
Dentro de sus otras actividades productivas que a lo largo de sus 68 años de vida ha tenido don José Durán se encuentran el haber sido Comándate  de la Policía Municipal en el trienio de 1971 – 1973 (Carlos Flores Barrera) y también director de la Policía por más de un año en el periodo del trienio de Herculano Angulo Villacís.
Hoy, Don José, “retirado” de todo ello, no deja de reconocer que el oficio de la panadería es muy noble pues le ha permitido o le permitió sacar adelante a su familia, pero sobre todo esto, se limita a comentar que “Teniendo la comida ya somos reyes”, también agrega que “Un Peso guardado es un peso bien ganado”.
“Pan marchante, pan caliente, saramuyo, pan batido, hojaldras a tres por veinte. ¿Quién me los quiere comprar? Don José “El Panadero” una historia más de nuestra tierra.

EN UN CAYUCO DE VELA...



¡EN LETRAS DE ORO!

GRANDES PERSONAJES, GRANDES CHAMPOTONEROS


EN UN CAYUCO DE VELA... “CHAPARRO” PÉREZ

Por: Juan Aarón CHONG HONG

“Champotón, refugio escondido, tierra sagrada donde yo nací...” pueblo de pescadores, de sol, de sal, de brisa marina, de gaviotas, pelícanos y cormoranes, de pámpanos, chachíes y júreles, de manglares y playas... “Champotón, tienes en tú belleza un sol maravilloso...”.
Champotón, cuna de músicos, políticos y sin duda alguna de hombres que con sus manos han forjado nuestra historia.
“Champotón, tierra bendita, donde una vez Dios vino y colmó de bendición...”
Con 72 años a cuestas, con un andar cansado, voz pausada, serena, firme, Manuel Jesús Pérez Torres, “El Chaparro Pérez” abre la pagina de su vida.
-350 cayucos o un poco más logré construir con mis manos, casi cuarenta años dedicándome a la actividad “cayuquera”, un trabajo, un oficio, una profesión o una forma de ganarse la vida y que me permitió felizmente sacar adelante a la familia.
“El Chaparro Pérez” como gusta que le llamen, amante también del Rey de los deportes (béisbol), difícilmente logra ocultar sus emociones, el trasladarse al pasado (su pasado) le ocasiona sin duda alguna -tal y como él mismo lo acepta- sentimientos encontrados, “como duele recordar” dice sin hablar, su semblante lo denota, recompone quizás, rectifica para sus adentros – poco después lo escuchamos de su propia boca- “más que dolor”- es aquel sentimiento de nostalgia que evoca las hojas de muchos calendarios, de esos pasados inviernos, otoños, primaveras y veranos que ya se han ido-
La pregunta es obligada, ¿Cómo se inicia en la construcción de cayucos?, la, o las respuestas no tardan en llegar y cual agua en cascada fluyen a raudales, “como muchas cosas que se hacen en esta vida, la necesidad económica me obligó a ir en busca de otra alternativa de trabajo –se hace un breve paréntesis, aquí el “Chaparro Pérez” refiere que laboraba en actividades propias de la caña- quizás 32 años, poco más poco menos, acudo al Astillero del “Maistro Paredes” que se ubicaba en la punta donde hoy día se asienta el Ejido de Paraíso (desembocadura del río), obtengo un empleo de recogedor de basura, varios años sigo con este empleo, 10 pesos mi salario”
Sutilmente pretendemos saber como aprendió a construir las embarcaciones, por momentos “El Chaparro Pérez” nos da la impresión que quiere salirse del tema, ¡equivocación total de nuestra parte!, simplemente disfruta el momento, retoma la charla y en ella incluye un “la chamba de recoger basura la alternaba con la actividad cañera y también en los tiempos muertos trabajaba en el campo”. Acto seguido, agrega y, en un todo de total reconocimiento evoca el nombre de Ladislao Núñez, “fue él quien prácticamente me “abrió las puertas” al oficio de constructor de botes y cayucos, “Lao” (Ladislao Núñez) quien era el “brazo derecho” del “Maistro” Paredes (propietario del astillero) le solicitó a este un ayudante, la petición fue aceptada y fue de esta manera como empecé a aprender la actividad...” siempre me gustó mucho las matemáticas y sin duda alguna ello me facilitó el trabajo – añade el “Chaparro Pérez”.
Destaca que el “ascenso” le permitió mejorar su salario, ya percibía 15 y posteriormente 20 pesos. “logré a base de constancia aprender más o menos lo básico, los conocimientos los incrementé y en mucho por la orientación que casi a diario me daba el “Maistro” Paredes, puedo comentarte que en un mes y medio ya sabía mucho del oficio, pero aún todo lo que hacía era siguiendo instrucciones tanto del “Maistro” Paredes como de Ladislao...” un breve paréntesis y el “Chaparro Pérez” un tanto con la voz entrecortada, frota sus manos, en sus ojos se logra percibir una brillantes que sin duda alguna es producto de algunas lágrimas contenidas, las frases vuelve a surgir y con total muestra de agradecimiento manifiesta un “que buen maestro era el “Maistro Paredes”, también mi amigo “Lao”.
El tema de la construcción de botes es retomado y el “Chaparro Pérez” recuerda como se dio la ocasión en que por si mismo y sin mayores instrucciones se atrevió a terminar un trabajo encargado al astillero. “el trabajo urgía y en esa ocasión por cuestiones de la vida, no se encontraba en el astillero ni “Lao” ni el “Maistro Paredes”, como había la necesidad de que el trabajo se concluyera me atreví a “meterle mano” lo acabé, al otro día cuando llegó el “Maistro Paredes” preguntó sobre quien había sido la persona que hizo el trabajo, no sin temor y quizás porque no me quedó otro remedio salí al frente y dije que yo había sido, el “Maistro” solo comentó “ya lo fregaste”, lo dijo en un tono que a mí me pareció de reprobación, por supuesto que tal hecho me causó preocupación y en la primera oportunidad que tuve me acerque a mi amigo “Lao” quien como ya dije era el “brazo derecho” en el astillero y le platiqué lo ocurrido, “Lao” con una palmada me dijo “no te preocupes, el trabajo que hiciste está muy bien, lo que te expresó el “Maistro Paredes” lejos de ser un regaño fue un reconocimiento, vas a ver que de hoy en adelante te va a encargar nuevas y mayores responsabilidades. En efecto así, ocurrió, mi responsabilidad desde ese día fueron mayores, al grado de que cuando el “Maistro” y “Lao” tenían que ausentarse del Astillero, el “Maistro Paredes” nos reunía a todos los trabajadores y las instrucciones que daba era “nosotros vamos a salir pero el “Chaparro” se queda como el responsable, él les dirá que tienen que hacer”, así continúe perfeccionando los conocimientos”
“El Chaparro Pérez” por momentos calla, murmura pero alcanzamos a escuchar un “ya han pasado muchos años, los recuerdos no son tan frescos” a pesar de ello persiste en excavar en  la memoria y ahora sí, como si hubiera ocurrido “ayer” destaca “el primer cayuco que construí solo fue uno al que llamamos “Betriz”, todo inicio a petición de mi cuñado “Chocho”, le platique al “Maistro Paredes” y a “Lao” , pero más que platicarle fui en busca de sus consejos, ellos me dijeron “tú puedes hacerlo, ya sabes trazar, ya sabes como se hace el trabajo, adelante” ya con estos apoyos pues comencé y finalmente y por fortuna todo resultó de manera satisfactoria. De ahí para adelante vinieron otros, recuerdo aquellos “bautizados” como “Siempre en Domingo, el Dentillón, la Niña, la Pinta, la Sierra, el Recuerdo, la Santa María, Dalia del Carmen y muchos pero muchos más”, cayucos de 6, 7, 8, 8.5, 9, 10 y 12 varas, tres mil pesos cobré por el primer cayuco y 10  mil por el último que construí”
Por más que lo intenta disimular “El Chaparro Pérez” no puede ocultar y muy respetables  sentimientos de nostalgia que a raudales y a cada instante les llega producto de ese pasado, un pasado sin duda alguna para él y muchos más de completa gloria, es notorio estos sentimientos encontrados, nos invita a pasar al sitio donde en esos años tenía su “astillero”, ahí en el amplio patio (a un costado de su hogar) una vieja “flecha” (base de todo cayuco), grandes sierras de “aire”, serruchos, martillos, sargentos (prensas), barbiquis (taladros de mano),  espátulas, obligadamente hacen que el semblante del “Chaparro Pérez” cambie, “Juan Aarón” – me dice al tiempo que me señala en un punto del patio, “mira esto es un “Picadero” (pequeña tabla de madera de gran grosor clavada en el suelo) esto servía para colocar la flecha, aquí comenzaba el trabajo de construir el cayuco, en todo este espacio logré construir al mismo tiempo hasta siete u ocho embarcaciones”
La entrevista se torna todavía más interesante, nos acompañan ya para estos momentos uno de sus hijos “San Martín” y su esposa Claudia, su primogénito “auxilia” de vez en cuando al “Chaparro Pérez”, ello permite más y mayores recuerdos.
“Caoba, cedro, pucté, jabín, principalmente era la madera que se utilizaba para construir los cayucos, claro era madera ya “tratada” todo ello para evitar la afectación por insectos como el “comejen”. Por supuesto y con los conocimientos amplios sobre el tema el “Chaparro Pérez” señala que en la construcción de un cayuco todo se remite a tres fases: Cuadernar, obra muerta y forro, añade que “no es todo, un cayuco en si finalmente se compone de curvas, flechas, quiya, cucharros, tablas, panetas, bancos, estibas y serretas, y más aún y quizás lo más importante el “Calafateo y enmacillado)” (acción de tapar ranuras entre tabla y tabla con estopa y mezcla de cal, pintura y aceite de pescado),  y el vertimiento de “perrubia” (brea en estado líquido) al piso, todo esto en conjunto para evitar filtraciones en la embarcación y que haga posible que la misma navegue sin problema alguno”.
Se pregunta sobre la calidad del trabajo, las posibles reclamaciones que se dieron o no, al respecto y de manera un tanto orgullosa, Don Manuel Jesús “Chaparro Pérez” sin ambages exclama “de esos 350 cayucos, poco más poco menos, y que surcaron los litorales campechanos y alguno que otro un poco más, nunca fueron sujetos a reclamaciones, “calidad garantizada”, tan cierto como que los cayucos se me encargaban por “docenas”, aún pueden dar fe de la calidad pescadores de: Seybaplaya, Isla Arena, Lerma, Isla Aguada, Villamadero, del Ingenio la Joya, Ciudad del Sol, Costa Blanca, Haltunchén, Sabancuy, Champotón y hasta Celestún. La madera utilizada, los clavos de bronce, la perrubia, el calafateo, y sobre todo el interés y responsabilidad que se aplicaba en cada uno de los cayucos en construcción era total y ello necesariamente tenía que rendir buenos frutos”
Estos recuerdos hacen aflorar satisfacción en el “Chaparro Pérez”, pero aún así y como hombre responsable y serio que ha sido no omite comentar que en toda su vida construyendo cayucos le ocurrió dos casos que quizás podría entenderse como “cayucos sin calidad”, en este apartado nos explica “Construí un cayuco tal y como se me pidió, las reglamentaciones al caso, llegado el momento de la entrega el comprador adujo que ya no lo quería porque según él no se habían respetado las especificaciones, a pesar de que le informe que cualquier otra personas de su confianza podría  checar que el trabajo reunía las condiciones, no quiso “dar su brazo a torcer”, sin embargo el cayuco lo vendí a otro sin ni un solo problema, similar situación ocurrió con otro, con la diferencia que el comprador “arrepentido” regresó a verme porque “siempre sí” quería el cayuco, sin embargo ya no fue posible vendérselo pues ese mismo día ya lo había yo tratado con otra persona, en realidad te puede decir que fueron los únicos “problemillas” que tuve pero que nada fue por cuestiones de calidad en el trabajo”
Seguimos en el amplio patio de su casa, y los recuerdos fluyen despacio pero con toda certeza, “este sitio donde estamos se llenaba con madera, con las herramientas, con las voces, la pintura, la brea, los clavos de bronce, el olor a madera aserrada, un duro y constante trabajo, la recompensa finalmente el cayuco terminado, sus dos rallas, roja y blanca o amarilla y blanca en sus costados, los polines, los tubos de metal se colocaban en el piso, el cayuco encima de ellos y a rodarlos poco a poco para trasladarlos a la playa, “romería” total, 10, 12 amigos, sogas al hombro, sudor perlando  las frentes y al grito unísono de ¡vamos, vamos!, emprender la marcha, un alto de vez en cuando y también de vez en cuando un sorbo a los garrafones de aguardiente, reanudar la operación, tres, cuatro, cinco o seis veces hasta que finalmente ¡la playa!, la bendición del sacerdote y al ¡agua!, esfuerzo coronado, trabajo cumplido, más sorbos al aguardiente, festejo total”
Añade que la construcción de cayucos fue pieza fundamental para su vida personal y para muchos champotoneros, algunos ya en esos momentos con familias formadas, “llegué a darle empleo a poco más de 15 personas, una pequeña industria que quizás sí, quizás no, permitió ganarse unos pesos y que con ello se solventaran las necesidades prioritarias de hogares champotoneros, pero todavía más, sirvió para que esos entonces jóvenes se labraran un oficio, algunos de ellos mediante este trabajo aprendieron o reforzaron sus conocimientos de carpintería, creo que todavía hay algunos de esos que actualmente siguen trabajando como carpinteros y por cierto lo hacen muy bien”
Viví bien, vivo bien, construí cayucos y la satisfacción que me dio y aún me sigue dando el oficio y sus recuerdos es mucha, construir cayucos que permitieron a cientos de pescadores navegar por nuestros mares, capturar  el pámpano, el robalo, los pargos, el chachí, el cazón, mero o huachinango, obligadamente me hace sentirme satisfecho. No hay duda, construir cayucos me permitió solventar satisfactoriamente las necesidades de mi familia, darle un aceptable forma de vida, darles educación profesional, darle una educación moral, de trabajo arduo y fecundo, enseñarlos a conducirse en el camino correcto, todo ello me permitió el haber sido constructor de cayucos. Hoy, ya retirado de la actividad “cayuquera” y aún en ocasiones con deseos de que el tiempo diera marcha atrás y con esa nostalgia del pasado, quisiera construir cayucos.
Satisfecho a  más no poder, hoy vivo tranquilo acompañado de mí esposa Manuela Uribe Reyes de Pérez, mis hijos Martín, Manuel y Aidé.
Cesamos la entrevista, la damos por concluida, permanecemos en el mismo patio, en ese patio donde en un pasado la madera, los clavos, las sierras, serruchos, sargentos, martillos, la brea caliente, la macilla y muchas otras cosas más se encontraban por todos lados, “El Chaparro Pérez”  quizás “cansado” pero estamos seguros que más que ello, disfruta sus recuerdos, recordando al “Maistro Paredes” a su buen amigo Ladislao Núñez y su primer cayuco “Betriz”.
“Champotón, refugio escondido donde yo nací... Champotón donde una vez Dios Vino y colmó de Bendición”
Champotón, tierra de Don Manuel Jesús “El Chaparro Pérez”  el artista de la madera, de los clavos, de las panetas, de flechas, de las quiyas, pero sobre todo un ejemplo de esfuerzo y de trabajo.
En un Cayuco de vela...