miércoles, 17 de abril de 2013

EN UN CAYUCO DE VELA...



¡EN LETRAS DE ORO!

GRANDES PERSONAJES, GRANDES CHAMPOTONEROS


EN UN CAYUCO DE VELA... “CHAPARRO” PÉREZ

Por: Juan Aarón CHONG HONG

“Champotón, refugio escondido, tierra sagrada donde yo nací...” pueblo de pescadores, de sol, de sal, de brisa marina, de gaviotas, pelícanos y cormoranes, de pámpanos, chachíes y júreles, de manglares y playas... “Champotón, tienes en tú belleza un sol maravilloso...”.
Champotón, cuna de músicos, políticos y sin duda alguna de hombres que con sus manos han forjado nuestra historia.
“Champotón, tierra bendita, donde una vez Dios vino y colmó de bendición...”
Con 72 años a cuestas, con un andar cansado, voz pausada, serena, firme, Manuel Jesús Pérez Torres, “El Chaparro Pérez” abre la pagina de su vida.
-350 cayucos o un poco más logré construir con mis manos, casi cuarenta años dedicándome a la actividad “cayuquera”, un trabajo, un oficio, una profesión o una forma de ganarse la vida y que me permitió felizmente sacar adelante a la familia.
“El Chaparro Pérez” como gusta que le llamen, amante también del Rey de los deportes (béisbol), difícilmente logra ocultar sus emociones, el trasladarse al pasado (su pasado) le ocasiona sin duda alguna -tal y como él mismo lo acepta- sentimientos encontrados, “como duele recordar” dice sin hablar, su semblante lo denota, recompone quizás, rectifica para sus adentros – poco después lo escuchamos de su propia boca- “más que dolor”- es aquel sentimiento de nostalgia que evoca las hojas de muchos calendarios, de esos pasados inviernos, otoños, primaveras y veranos que ya se han ido-
La pregunta es obligada, ¿Cómo se inicia en la construcción de cayucos?, la, o las respuestas no tardan en llegar y cual agua en cascada fluyen a raudales, “como muchas cosas que se hacen en esta vida, la necesidad económica me obligó a ir en busca de otra alternativa de trabajo –se hace un breve paréntesis, aquí el “Chaparro Pérez” refiere que laboraba en actividades propias de la caña- quizás 32 años, poco más poco menos, acudo al Astillero del “Maistro Paredes” que se ubicaba en la punta donde hoy día se asienta el Ejido de Paraíso (desembocadura del río), obtengo un empleo de recogedor de basura, varios años sigo con este empleo, 10 pesos mi salario”
Sutilmente pretendemos saber como aprendió a construir las embarcaciones, por momentos “El Chaparro Pérez” nos da la impresión que quiere salirse del tema, ¡equivocación total de nuestra parte!, simplemente disfruta el momento, retoma la charla y en ella incluye un “la chamba de recoger basura la alternaba con la actividad cañera y también en los tiempos muertos trabajaba en el campo”. Acto seguido, agrega y, en un todo de total reconocimiento evoca el nombre de Ladislao Núñez, “fue él quien prácticamente me “abrió las puertas” al oficio de constructor de botes y cayucos, “Lao” (Ladislao Núñez) quien era el “brazo derecho” del “Maistro” Paredes (propietario del astillero) le solicitó a este un ayudante, la petición fue aceptada y fue de esta manera como empecé a aprender la actividad...” siempre me gustó mucho las matemáticas y sin duda alguna ello me facilitó el trabajo – añade el “Chaparro Pérez”.
Destaca que el “ascenso” le permitió mejorar su salario, ya percibía 15 y posteriormente 20 pesos. “logré a base de constancia aprender más o menos lo básico, los conocimientos los incrementé y en mucho por la orientación que casi a diario me daba el “Maistro” Paredes, puedo comentarte que en un mes y medio ya sabía mucho del oficio, pero aún todo lo que hacía era siguiendo instrucciones tanto del “Maistro” Paredes como de Ladislao...” un breve paréntesis y el “Chaparro Pérez” un tanto con la voz entrecortada, frota sus manos, en sus ojos se logra percibir una brillantes que sin duda alguna es producto de algunas lágrimas contenidas, las frases vuelve a surgir y con total muestra de agradecimiento manifiesta un “que buen maestro era el “Maistro Paredes”, también mi amigo “Lao”.
El tema de la construcción de botes es retomado y el “Chaparro Pérez” recuerda como se dio la ocasión en que por si mismo y sin mayores instrucciones se atrevió a terminar un trabajo encargado al astillero. “el trabajo urgía y en esa ocasión por cuestiones de la vida, no se encontraba en el astillero ni “Lao” ni el “Maistro Paredes”, como había la necesidad de que el trabajo se concluyera me atreví a “meterle mano” lo acabé, al otro día cuando llegó el “Maistro Paredes” preguntó sobre quien había sido la persona que hizo el trabajo, no sin temor y quizás porque no me quedó otro remedio salí al frente y dije que yo había sido, el “Maistro” solo comentó “ya lo fregaste”, lo dijo en un tono que a mí me pareció de reprobación, por supuesto que tal hecho me causó preocupación y en la primera oportunidad que tuve me acerque a mi amigo “Lao” quien como ya dije era el “brazo derecho” en el astillero y le platiqué lo ocurrido, “Lao” con una palmada me dijo “no te preocupes, el trabajo que hiciste está muy bien, lo que te expresó el “Maistro Paredes” lejos de ser un regaño fue un reconocimiento, vas a ver que de hoy en adelante te va a encargar nuevas y mayores responsabilidades. En efecto así, ocurrió, mi responsabilidad desde ese día fueron mayores, al grado de que cuando el “Maistro” y “Lao” tenían que ausentarse del Astillero, el “Maistro Paredes” nos reunía a todos los trabajadores y las instrucciones que daba era “nosotros vamos a salir pero el “Chaparro” se queda como el responsable, él les dirá que tienen que hacer”, así continúe perfeccionando los conocimientos”
“El Chaparro Pérez” por momentos calla, murmura pero alcanzamos a escuchar un “ya han pasado muchos años, los recuerdos no son tan frescos” a pesar de ello persiste en excavar en  la memoria y ahora sí, como si hubiera ocurrido “ayer” destaca “el primer cayuco que construí solo fue uno al que llamamos “Betriz”, todo inicio a petición de mi cuñado “Chocho”, le platique al “Maistro Paredes” y a “Lao” , pero más que platicarle fui en busca de sus consejos, ellos me dijeron “tú puedes hacerlo, ya sabes trazar, ya sabes como se hace el trabajo, adelante” ya con estos apoyos pues comencé y finalmente y por fortuna todo resultó de manera satisfactoria. De ahí para adelante vinieron otros, recuerdo aquellos “bautizados” como “Siempre en Domingo, el Dentillón, la Niña, la Pinta, la Sierra, el Recuerdo, la Santa María, Dalia del Carmen y muchos pero muchos más”, cayucos de 6, 7, 8, 8.5, 9, 10 y 12 varas, tres mil pesos cobré por el primer cayuco y 10  mil por el último que construí”
Por más que lo intenta disimular “El Chaparro Pérez” no puede ocultar y muy respetables  sentimientos de nostalgia que a raudales y a cada instante les llega producto de ese pasado, un pasado sin duda alguna para él y muchos más de completa gloria, es notorio estos sentimientos encontrados, nos invita a pasar al sitio donde en esos años tenía su “astillero”, ahí en el amplio patio (a un costado de su hogar) una vieja “flecha” (base de todo cayuco), grandes sierras de “aire”, serruchos, martillos, sargentos (prensas), barbiquis (taladros de mano),  espátulas, obligadamente hacen que el semblante del “Chaparro Pérez” cambie, “Juan Aarón” – me dice al tiempo que me señala en un punto del patio, “mira esto es un “Picadero” (pequeña tabla de madera de gran grosor clavada en el suelo) esto servía para colocar la flecha, aquí comenzaba el trabajo de construir el cayuco, en todo este espacio logré construir al mismo tiempo hasta siete u ocho embarcaciones”
La entrevista se torna todavía más interesante, nos acompañan ya para estos momentos uno de sus hijos “San Martín” y su esposa Claudia, su primogénito “auxilia” de vez en cuando al “Chaparro Pérez”, ello permite más y mayores recuerdos.
“Caoba, cedro, pucté, jabín, principalmente era la madera que se utilizaba para construir los cayucos, claro era madera ya “tratada” todo ello para evitar la afectación por insectos como el “comejen”. Por supuesto y con los conocimientos amplios sobre el tema el “Chaparro Pérez” señala que en la construcción de un cayuco todo se remite a tres fases: Cuadernar, obra muerta y forro, añade que “no es todo, un cayuco en si finalmente se compone de curvas, flechas, quiya, cucharros, tablas, panetas, bancos, estibas y serretas, y más aún y quizás lo más importante el “Calafateo y enmacillado)” (acción de tapar ranuras entre tabla y tabla con estopa y mezcla de cal, pintura y aceite de pescado),  y el vertimiento de “perrubia” (brea en estado líquido) al piso, todo esto en conjunto para evitar filtraciones en la embarcación y que haga posible que la misma navegue sin problema alguno”.
Se pregunta sobre la calidad del trabajo, las posibles reclamaciones que se dieron o no, al respecto y de manera un tanto orgullosa, Don Manuel Jesús “Chaparro Pérez” sin ambages exclama “de esos 350 cayucos, poco más poco menos, y que surcaron los litorales campechanos y alguno que otro un poco más, nunca fueron sujetos a reclamaciones, “calidad garantizada”, tan cierto como que los cayucos se me encargaban por “docenas”, aún pueden dar fe de la calidad pescadores de: Seybaplaya, Isla Arena, Lerma, Isla Aguada, Villamadero, del Ingenio la Joya, Ciudad del Sol, Costa Blanca, Haltunchén, Sabancuy, Champotón y hasta Celestún. La madera utilizada, los clavos de bronce, la perrubia, el calafateo, y sobre todo el interés y responsabilidad que se aplicaba en cada uno de los cayucos en construcción era total y ello necesariamente tenía que rendir buenos frutos”
Estos recuerdos hacen aflorar satisfacción en el “Chaparro Pérez”, pero aún así y como hombre responsable y serio que ha sido no omite comentar que en toda su vida construyendo cayucos le ocurrió dos casos que quizás podría entenderse como “cayucos sin calidad”, en este apartado nos explica “Construí un cayuco tal y como se me pidió, las reglamentaciones al caso, llegado el momento de la entrega el comprador adujo que ya no lo quería porque según él no se habían respetado las especificaciones, a pesar de que le informe que cualquier otra personas de su confianza podría  checar que el trabajo reunía las condiciones, no quiso “dar su brazo a torcer”, sin embargo el cayuco lo vendí a otro sin ni un solo problema, similar situación ocurrió con otro, con la diferencia que el comprador “arrepentido” regresó a verme porque “siempre sí” quería el cayuco, sin embargo ya no fue posible vendérselo pues ese mismo día ya lo había yo tratado con otra persona, en realidad te puede decir que fueron los únicos “problemillas” que tuve pero que nada fue por cuestiones de calidad en el trabajo”
Seguimos en el amplio patio de su casa, y los recuerdos fluyen despacio pero con toda certeza, “este sitio donde estamos se llenaba con madera, con las herramientas, con las voces, la pintura, la brea, los clavos de bronce, el olor a madera aserrada, un duro y constante trabajo, la recompensa finalmente el cayuco terminado, sus dos rallas, roja y blanca o amarilla y blanca en sus costados, los polines, los tubos de metal se colocaban en el piso, el cayuco encima de ellos y a rodarlos poco a poco para trasladarlos a la playa, “romería” total, 10, 12 amigos, sogas al hombro, sudor perlando  las frentes y al grito unísono de ¡vamos, vamos!, emprender la marcha, un alto de vez en cuando y también de vez en cuando un sorbo a los garrafones de aguardiente, reanudar la operación, tres, cuatro, cinco o seis veces hasta que finalmente ¡la playa!, la bendición del sacerdote y al ¡agua!, esfuerzo coronado, trabajo cumplido, más sorbos al aguardiente, festejo total”
Añade que la construcción de cayucos fue pieza fundamental para su vida personal y para muchos champotoneros, algunos ya en esos momentos con familias formadas, “llegué a darle empleo a poco más de 15 personas, una pequeña industria que quizás sí, quizás no, permitió ganarse unos pesos y que con ello se solventaran las necesidades prioritarias de hogares champotoneros, pero todavía más, sirvió para que esos entonces jóvenes se labraran un oficio, algunos de ellos mediante este trabajo aprendieron o reforzaron sus conocimientos de carpintería, creo que todavía hay algunos de esos que actualmente siguen trabajando como carpinteros y por cierto lo hacen muy bien”
Viví bien, vivo bien, construí cayucos y la satisfacción que me dio y aún me sigue dando el oficio y sus recuerdos es mucha, construir cayucos que permitieron a cientos de pescadores navegar por nuestros mares, capturar  el pámpano, el robalo, los pargos, el chachí, el cazón, mero o huachinango, obligadamente me hace sentirme satisfecho. No hay duda, construir cayucos me permitió solventar satisfactoriamente las necesidades de mi familia, darle un aceptable forma de vida, darles educación profesional, darle una educación moral, de trabajo arduo y fecundo, enseñarlos a conducirse en el camino correcto, todo ello me permitió el haber sido constructor de cayucos. Hoy, ya retirado de la actividad “cayuquera” y aún en ocasiones con deseos de que el tiempo diera marcha atrás y con esa nostalgia del pasado, quisiera construir cayucos.
Satisfecho a  más no poder, hoy vivo tranquilo acompañado de mí esposa Manuela Uribe Reyes de Pérez, mis hijos Martín, Manuel y Aidé.
Cesamos la entrevista, la damos por concluida, permanecemos en el mismo patio, en ese patio donde en un pasado la madera, los clavos, las sierras, serruchos, sargentos, martillos, la brea caliente, la macilla y muchas otras cosas más se encontraban por todos lados, “El Chaparro Pérez”  quizás “cansado” pero estamos seguros que más que ello, disfruta sus recuerdos, recordando al “Maistro Paredes” a su buen amigo Ladislao Núñez y su primer cayuco “Betriz”.
“Champotón, refugio escondido donde yo nací... Champotón donde una vez Dios Vino y colmó de Bendición”
Champotón, tierra de Don Manuel Jesús “El Chaparro Pérez”  el artista de la madera, de los clavos, de las panetas, de flechas, de las quiyas, pero sobre todo un ejemplo de esfuerzo y de trabajo.
En un Cayuco de vela...

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